lunes, 8 de septiembre de 2008

Dalí y su falta de sentido práctico

Fuente: "Buñel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin" de Agustín Sánchez Vidal. p. 62-63

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Según Buñuel, su incapacidad para las cosas prácticas de la vida rayaba en lo patólogico:

Se le toma por un prodigioso hombre de negocios, por un empedernido financiero. En realidad, hasta su encuentro con Gala no tenía ningún sentido del dinero. Por ejemplo, Jeanne, mi mujer, tenía que ocuparse de sacarle el billete del tren. Un día estábamos en Madrid con Lorca. Federico le pide que cruce la calle Alcalá para sacar unas entradas en el Apolo, donde se representaba una zarzuela. Dalí sale, permanece ausente media hora larga y vuelve sin entradas, diciendo: "No entiendo nada. No sé cómo hay que hacerlo." En París su tía tenía que cogerlo del brazo para hacerle cruzar el boulevard. Cuando pagaba olvidaba pedir las vueltas, y todo así. Bajo la influencia de Gala, que le hipnotizó, pasó de un extremo al otro, e hizo del dinero (o, mejor dicho, del oro) el dios que dominaría la segunda parte de mi vida. Pero estoy seguro de que, aún hoy(*), carece de todo verdadero sentido práctico."

José Bello ha contado innumerables veces anécdotas que reflejan muy bien su retraimiento. Como le reprochasen a menudo que se estuviera callado en las tertulias a las que solían acudir ("Pareces memo -solían decirle- di alguna vez lo q piensas, para que vean que tienes talento"), Dalí estaba poseído por una cierta desazón, y era capaz de esperar a que se produjera un silencio de esos en los que repentinamente ha pasado un ángel para decir sin que viniera a cuento y entre el estupor de los presentes en el café Regina: "Yo también soy un pintor muy interesante." Sus compañeros le miraban atónitos y él se disculpaba luego, azoradísimo: "Veis lo que pasa por haceros caso; la próxima vez no diré nada."

El mismo recuerdo nos ha dejado Alberti:

Salvador Dalí, entonces, me pareció muy tímido y de pocas palabras. Me dijeron que trabajaba todo el día, olvidándose a veces de comer o llegando ya pasada la hora del comedor de la Residencia. Cuando visité su cuarto, una celda sencilla, parecida a la de Federico, casi no pude entrar, pues no sabía dónde poner el pie, ya que todo el suelo se hallaba cubierto de dibujos... Con cierta seriedad muy catalana, pero en la que se escondía un raro humor no delatado por ningún rasgo de la cara, Dalí explicaba siempre lo que sucedía en cada uno de los dibujos.

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(*) La entrevista fue realizada cuando Salvador Dalí aún estaba vivo.

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